Fundamentos

Comportamiento Humano y Políticas Públicas

Las políticas públicas tradicionales se han basado en la suposición teórica de que las personas son actores racionales que procesan toda la información disponible, sopesan cuidadosamente los costos y los beneficios, y seleccionan la mejor opción en base a un análisis exhaustivo. Por el contrario, las teorías científicas del comportamiento humano real muestran que nuestras decisiones a menudo son automáticas, sesgadas y están fuertemente influenciadas por el contexto en que ocurren. Por este motivo, para que las políticas públicas funcionen en forma adecuada y sean adoptadas en la práctica por las personas, las mismas deben reflejar y adaptarse a las características reales del comportamiento humano.

El comportamiento humano constituye un factor clave en la solución de problemas sociales y el diseño de políticas públicas tal como lo demuestran los desarrollos internacionales en disciplinas tales como la economía del comportamiento y los llamados behavioral insights. Así, la aplicación del conocimiento científico para comprender el comportamiento real de las personas es una de las grandes promesas de la última década, respaldada por múltiples experiencias en numerosos países. Las ciencias del comportamiento permiten incorporar al diseño e implementación de las políticas públicas modelos basados en el conocimiento científico de la cognición y la conducta humana, lo cual conduce a mejores resultados y a políticas públicas más costo-efectivas. La aplicación de estas ideas ha contribuido a la reestructuración de las políticas públicas en diversos ámbitos como la educación, la salud, la justicia, el comportamiento ciudadano, las transformaciones sociales y tecno-culturales, el cuidado del medio ambiente, el ahorro y el pago de impuestos, y otras aplicaciones de interés social.

Desde la experiencia del grupo pionero del Behavioural Insights Team en el gobierno británico, diferentes países de la Unión Europea han establecido equipos de expertos en ciencias del comportamiento para informar sus políticas públicas. Más de 150 gobiernos en el mundo han aplicado procedimientos de esta clase. El Banco Mundial y la OCDE han publicado informes que enfatizan la importancia de identificar y abordar el componente comportamental en las políticas públicas y en septiembre de 2015 el presidente Obama llamó explícitamente a todas las agencias de los Estados Unidos a incorporar los conocimientos de las ciencias de la conducta y de las neurociencias en el desarrollo de sus políticas. Fuera de las organizaciones incorporadas oficialmente a los gobiernos, en los últimos años se han multiplicados las organizaciones independientes que brindan asesoramiento y capacitación en ciencias del comportamiento aplicadas a las políticas públicas y a las problemáticas sociales.

Teniendo en cuenta el rol de la conducta humana y el conocimiento en el desarrollo y en la resolución de los problemas de importancia social, se hace notoria la necesidad de difundir y educar acerca de un nuevo tipo de competencias que podemos denominar competencias comportamentales. Podemos definirlas como un conjunto de conocimientos referentes al entendimiento y modificación del comportamiento humano que exceden el dominio restringido de la psicología y que se aplican a una variedad de problemáticas tales como la economía, la salud, la educación, el comportamiento comunitario, la justicia, la política, entre muchos otros, y que por lo tanto resultan de utilidad para múltiples disciplinas profesionales. Estas competencias comportamentales deben ser transmitidas a quienes cumplen funciones de legislación, diseño e implementación de políticas públicas.

El rol de las Neurociencias

En la misma línea, las neurociencias, como campo emergente e innovador de conocimientos, brindan un gran potencial para diseñar nuevas intervenciones, más complejas y exhaustivas, con implicaciones profundas en diferentes etapas de la vida y áreas de la sociedad. Mediante la comprensión de los mecanismos involucrados en la interacción entre el entorno, el cerebro y el comportamiento humano, las neurociencias contribuyen al entendimiento de los procesos cognitivos, afectivos y sociales que guían nuestras conductas y decisiones en sociedad.

Fenómenos como el aprendizaje, la empatía, el envejecimiento saludable, la interacción con las tecnologías y otras problemáticas de interés actual han encontrado en las neurociencias nuevos enfoques reveladores y complementarios con otras disciplinas del conocimiento y permiten extender el campo de aplicaciones más allá del ámbito de los nudges ya clásicos.

La relación entre las neurociencias y las políticas públicas es novedosa en el mundo y la Fundación INECO es pionera en esta dirección. Existen numerosas problemáticas de gran interés social que pueden ser abordadas desde los conocimientos neurocientíficos, entre ellas podemos mencionar las siguientes:

1) Mejorar desde los primeros años de vida la estimulación cognitiva y socioafectiva de los niños, y las condiciones contextuales en las que dicha estimulación ocurre, atendiendo a las desigualdades existentes en los recursos materiales y cognitivos de la primera infancia.
2) Reducir la brecha de acceso inicial al conocimiento que implican las diferencias sociales en la adquisición de competencias básicas (lecto-escritura y habilidades matemáticas).
3) Fomentar el pensamiento científico y las bases para el estudio de carreras relacionadas con la Ciencia, la Tecnología, la Ingeniería y las Matemáticas (CTIM) desde la infancia.
6) Desarrollar competencias cognitivas complejas a lo largo de la vida (como el pensamiento crítico, la innovación y la creatividad, y la flexibilidad cognitiva, entre otras) y en los diferentes niveles de la educación.
7) Integrar el pensamiento humano con el uso de las nuevas tecnologías de manera armónica, lo cual supone comprender cuáles son los efectos de la tecnología sobre el funcionamiento cognitivo humano, identificar las mejores maneras de incorporar la tecnología y prevenir sus posibles efectos deletéreos.
8) Promover el pensamiento humano tecnológicamente asistido (data analytics, machine learning, inteligencia artificial y robótica) y la interacción cerebro- tecnología.
9) Promover habilidades socioafectivas y de autorregulación a lo largo de la vida. 10) Promover conductas relacionadas con el compromiso ciudadano, la tolerancia, la equidad y la responsabilidad ambiental.
11) Corregir mitos, prejuicios y sesgos asociados al desconocimiento del funcionamiento del cerebro y sus dimensiones biológicas, psicológicas y socioculturales.
12) Mejorar hábitos de comportamiento relacionados con la salud y el desarrollo cognitivo.
13) Responder a las nuevas necesidades de conocimiento en las personas mayores de 60 años.
14) Prevenir el deterioro cognitivo a partir del cambio de comportamientos.

A su vez, de manera integrada, cada uno de estos problemas forma parte de un bien social general que ha sido reconocido bajo el concepto de capital mental. El capital mental abarca los recursos cognitivos y emocionales de una persona: su capacidad cognitiva, de aprendizaje flexible y eficiente, su inteligencia emocional, las habilidades sociales y su resiliencia frente al estrés. Por lo tanto, condiciona su calidad de vida y la manera en que es capaz de contribuir eficazmente a la sociedad. El bienestar mental, por otro lado, es un estado dinámico que se refiere a la capacidad de los individuos para desarrollar su potencial, trabajar de manera productiva y creativa, construir relaciones sólidas y positivas con otros y contribuir a su comunidad. Por último, el capital social se puede definir como la suma de recursos reales o potenciales incorporados, disponibles a través y derivados de la estructura social que facilita el intercambio y la interacción social. El desarrollo y el cuidado de estos tres componentes interconectados es una tarea social fundamental y los conocimientos neurocientíficos pueden ser de gran ayuda para esa tarea.

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